miércoles, 12 de enero de 2011

Historia

Dicen que se trata de la única isla habitada de la Unión Europea que no conoce el asfalto. Cuentan que en junio de 1799, el científico alemán Alexander von Humboldt estuvo aquí, y cuando su barco avistó tierra, los marinos confundieron uno de los volcanes con un castillo y lo saludaron izando el pabellón español. Otra historia sostiene que una goleta inglesa, al ver que los piratas berberiscos que la perseguían iban a darle alcance, escondió un tesoro en la playa de las Conchas.

Cambios bruscos de luz

Aunque no sabemos a ciencia cierta por qué la llamaron así, los que la bautizaron debieron encontrarla cierta gracia. Hay quien especula que le pusieron Graciosa por la variedad de colores de las piedras basálticas, las playas y los distintos estratos que se descubren en las laderas de los volcanes, así como por los cambios bruscos de luz que se dan con el paso constante de las nubes, acentuando o apagando la intensidad de los colores.
Los ferrys a La Graciosa zarpan del puerto lanzaroteño de Órzola, salvan el farallón de Punta Fariones -la proa de Lanzarote- y se adentran en el Río. La travesía de veinte minutos bajo los imponentes riscos de Famara sabe a poco, pero transcurrido ese tiempo se arriba a Caleta del Sebo, el pueblo marinero de casas bajas y calles de arena donde viven los 500 habitantes de la isla.
Siempre hay algún vecino dispuesto a hacer de taxista por unos cuantos euros, pero lo mejor para hacerse una idea de la isla es alquilar bicicletas. Así pues, prepárense para rodar por caminos infames, con pendientes incómodas, tramos pedregosos y zonas enarenadas que obligan a bajarse de la bici y seguir a pie. En las mochilas no deben faltar ni el agua ni la crema protectora, y aunque los negocios de alquiler suelen ayudar en caso de avería o pinchazo, tampoco está de más comprobar el estado general de la bicicleta antes de echarse al monte. Éste es, como dicen las guías, "nivel de dificultad: alto".
La primera pista que nos interesa tomar sale de Caleta del Sebo por la Montaña del Mojón y avanza hacia el norte enfilando Las Agujas, el punto más alto de la isla con sus 266 metros. Aquí nos topamos con la primera bifurcación, donde hay que tomar el camino de la derecha. A nuestros pies, en la llanura que llega hasta el Río, se presenta la visión insólita de algunos pequeños huertos robados al pedregal, sorprendentemente verdes y celosamente vallados para disuadir a los amigos de lo ajeno. Después de algunas bajadas, curvas y repechos, se llega a un pequeño caserío blanco: Pedro Barba.

Vistas a Lanzarote

Al igual que Caleta del Sebo, Pedro Barba lo fundaron algunas familias de pescadores lanzaroteños en la década de 1930. Durante los pasados años sesenta, las casas de esta idílica ensenada de arena, con sus pequeños patios y jardines bien resguardados del viento, se quedaron vacías. Los pescadores fueron vendiéndolas a veraneantes que buscaban un lugar realmente apartado, así que hoy acoge a unas pocas familias que pasan allí sus vacaciones. No hay quien se resista a un baño tranquilo con vistas a la proa de Lanzarote.
Playa Lambra, la siguiente parada, queda a unos dos kilómetros de Pedro Barba y a siete de Caleta del Sebo. Los seiscientos metros de arena salpicada de rocas se enfrentan al mar por donde bate con más furia. A esta furia debemos la existencia de un hervidero profundo, cruzado de lado a lado por un puente de roca natural. Hervideros se llaman las cuevas que se formaron al solidificarse la lava que fluía por encima del mar. El oleaje entra en estas cuevas, choca contra las paredes y levanta columnas de agua pulverizada y borbotones que recuerdan una ebullición.
De regreso hacia Caleta del Sebo se eleva Montaña Bermeja, desde donde se pueden contemplar Alegranza, el Roque del Oeste y Montaña Clara -el sendero que sube a la cumbre se distingue bien-. Y a sus pies se encuentra la increíble playa de las Conchas, virgen, de arena fina y blanca, e impoluta gracias a la sensibilidad de quienes la visitan. Ni tan siquiera un humilde chamizo a la vista. Tan sólo el mar, el cielo y la isla de Montaña Clara, y tal vez el tesoro de una goleta inglesa.

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